Francisco Huenchumilla Jaramillo
Senador
Este viernes 11 de julio, cumplí con el mandato cristiano y fraternal de acompañar a la familia de don Lautaro Cánovas Zurita, hijo benemérito de la ciudad que lleva su mismo nombre, quien dejó este mundo a la edad de 97 años. Eximio y talentoso profesor e historiador; escritor, dramaturgo y también padre de familia, don Lautaro dejó huella en las generaciones de niños y jóvenes que educó, y nos contó la historia de la ciudad en que habitó.
Quise en especial acompañar a uno de sus hijos, Dorian. Una persona de profunda fe en Cristo, diácono por vocación religiosa, y sobre todo un gran amigo, junto a quien hemos trabajado por el bien de nuestra región. En esta jornada de despedida fui testigo de su fortaleza. Lo vi, dando testimonio de amor filial; con la entereza y el espíritu sereno propios de quien, sostenido en la fe cristiana, y con la paz de quien se sabe hijo de una gran persona, concurre a dar digno y estoico adiós a quien le dio la vida. Conjugando, además, su justo dolor y su condición de diácono.
Es en honor a la misma figura de don Lautaro, pero también al cariño, la amistad, los ideales y el trabajo que hemos compartido con su hijo Dorian, y con su familia a lo largo de los años, que concurrí a brindar este último adiós al gran escritor e historiador de la comuna de Lautaro.
Fue en la histórica Iglesia San Francisco de Lautaro, donde nos congregamos a despedirlo. En una emotiva ceremonia familiar, presidida por el obispo de La Araucanía, monseñor Jorge Concha Cayuqueo; y con la presencia de párrocos, pero sobre todo, con la notable concurrencia de ciudadanos de la comuna, que llenaron el espacio. Personas que, porque Dios así lo quiso, dieron testimonio presencial de una huella fecunda.
Qué feliz paradoja, qué notable coincidencia. Don Lautaro Cánovas vivió, y sirvió, como pocos otros podrían decirlo, en la noble ciudad que compartió su nombre. Su recuerdo estará vivo, en su familia, pero también en la memoria urbana: la Biblioteca Municipal de Lautaro lleva en alto el nombre de Lautaro Cánovas Zurita.
Quiero, en estas palabras, renunciar a toda pretensión de originalidad, y citar las mismas palabras que Dorian pronunció para despedir a su padre. Personas de la talla de don Lautaro Cánovas Zurita dejan huella en vida, pero siguen sembrando el bien cuando ya no están. Y bien podrían decir, como escribió Amado Nervo, “Vida, nada te debo; vida, estamos en paz”.