Escribe: Juan Cristóbal Romero, director ejecutivo del Hogar de Cristo.
“Tenemos alimentos, nos ha llegado ayuda: lo que no tenemos son ollas, cucharones, platos, para cocinarlos”, comentaba una madre, parada sobre lo que se salvó del radier sobre el cual estaba su casa en el pueblo de Santa Juana, provincia de Concepción, recién ocurridos los megaincendios.
La falta de una olla puede no parecer dramática frente a las ya más de 450 mil hectáreas, fundamentalmente en las regiones de Maule, Ñuble, Biobío y La Araucanía a causa del fuego, que ha alcanzado una intensidad muchísimo mayor que la vista el año 2017 y con un nivel de afectación que no cesa. Pero lo es. Forma parte del desamparo en que han quedado las familias, con sus vidas y sus rutinas laborales, domésticas, cotidianas, absolutamente trastornadas.
La falta de agua –un tremendo tema que ya está derivando en problemas de salud pública, como las infecciones urinarias que están campeando entre las mujeres de las zonas devastadas–; de conectividad –se han quemado antenas de celulares y son muchos los que han perdido sus aparatos en medio de las evacuaciones, así como los autos en que se movilizaban–; de papeles para hacer trámites claves –hemos visto cientos de casos de cédulas de identidad, licencias de conducir y toda suerte de documentos convertidos en cenizas–, son realidades que limitan la necesaria y rápida reconstrucción. Más, cuando los incendios no amainan. Y la urgencia está en apagarlos.
Los números hablan de más de 2 mil casas destruidas, 7 mil damnificados, 24 personas muertas y 26 grandes quemados. Esto es: personas que han resultado con el 70 por ciento de su cuerpo quemado, quienes en la evacuación han sido alcanzados por las llamas, como les sucedió a un adolescente y su abuela en Teodoro Schmidt, en La Araucanía.
Traumas así de profundos –como la muerte de un ser querido, el verlo quemarse, la destrucción de lo material y lo inmaterial, como los recuerdos consumidos por las llamas–, requieren con urgencia de una primera ayuda de emergencia. Esa es parte de lo que busca lograr nuestra campaña #JUNTOSXCHILE: Mil millones para mil hogares: entregar apoyo social de primera respuesta a familias en situación de vulnerabilidad que lo requieren para enfrentar la emergencia.
Esto implica en lo concreto vincularlos con las redes territoriales; entregar información relevante; facilitar la entrega de ayuda material para la satisfacción de necesidades básicas y, quizás lo más importante, dar contención emocional de primera respuesta y derivación a especialistas. Esta tarea está a cargo de un coordinador, dos trabajadores sociales y cinco monitores de nuestra fundación que estarán trabajando en terreno en las regiones del centro sur donde tenemos presencia.
Y volviendo a la falta de ollas y utensilios, que no es para nada un tema trivial, Hogar de Cristo, tal como hicimos para los megaincendios de 2017, habilitaremos interiormente las viviendas de emergencia con un kit que incluye una mesa de comedor con 4 sillas, un refrigerador de 175 litros, un microondas, un hervidor, toallas y vasos, que complementarán los enseres que incluyen las casas provistas por el Estado.
Resurgir de las cenizas no es fácil, superar, como el Ave Fénix, un suceso traumático que trastoca la vida y la parte dramáticamente en un antes-después, el apoyo y la empatía de otros es clave. El sentir que no están solos en su desgracia.
Los psicólogos hablan del crecimiento postraumático, que son cambios de carácter positivo que las personas pueden llegar a experimentar tras haber vivido una tragedia como la actual. Para conseguir ese efecto virtuoso post catástrofe es vital estar todos #JuntosXChile. Por ese Chile quemado que requiere ayuda.