Política, vivienda y territorio

Escribe: Ximena Sepúlveda Varas, seremi de vivienda y urbanismo, Región de La Araucanía.

La realidad común que compartimos en la región y las formas diversas de abordaje que de una u otra manera convergen en las políticas urbanas y de vivienda, nos plantean la necesidad declarada de generar más acciones de escala transformadora que permitan aportar al desarrollo de ciudades y territorios justos.

Pero, ¿cómo damos ese giro? La clave es pensar el desarrollo urbano y territorial poniendo en el centro a las personas, comprendiendo lo cotidiano como la expresión humana que articula las diversas experiencias de la vida como un todo, generando, en un sentido positivo, una condición de dignidad y sentido social. Si consideramos aquello, comprenderemos que las políticas urbanas y habitacionales no solo nos hablan de cantidades, de subsidios; sino de cómo se vivencia la experiencia de habitar.

Lo anterior nos exige una mirada humana, la planificación urbana y territorial no es neutra y hasta el momento ha estado centrada en un modelo capitalista que nos dice que la vida se desarrolla al margen de los núcleos productivos, pero debemos recordar que no hay producción sin reproducción de la vida y que es urgente y necesario que la política nacional observe al territorio como el lugar donde suceden los cotidianos, donde se desarrolla la vida; como dijo el ministro Carlos Montes, “hay que discutirlo desde la política, la política buena”.

Hasta hoy, en nuestro país se han construido viviendas antes de que se construya ciudad; esta condición de acción inmediata, sin una reflexión profunda, ha transformado gran parte de nuestros espacios urbanos en lo que hoy día son. La emergencia habitacional nos hace reaccionar rápido, el desafío es que aquello no nos impida pensar y planificar adecuadamente, humanizando el proceso y generando espacios de participación social activa. Suena demagógico, pero sin embargo es la única oportunidad que tendremos ante el avance urbano. El deterioro permanente del tejido social de nuestras sociedades, la falta de diálogo, los problemas de convivencia se agudizan en espacios desarticulados. Hoy día, la condición espacial y territorial debe permear la política, permitiéndonos relacionar los fenómenos de pobreza, delincuencia, desarraigo cultural, etc., como un todo articulado por el espacio y la memoria y no como fenómenos aislados y espontáneos.

Alternativas hay en diversos ámbitos, algunas audaces como el caso de Sao Paulo, Brasil, donde la ciudad gestiona su activo intangible principal, el valor constructivo del suelo. El caso mexicano ha demostrado que el proceso de gestión habitacional llevado a cabo por mujeres a través de sistemas de autoconstrucción, explora la trasformación social de hábitat que se articulan de mejor manera con las formas propias de vida. O el caso argentino que nos demuestra que es posible desarrollar soluciones amigables con el entorno incluso salvando temas de tenencia de tierra.

El desafío está planteado, y como receptores de la política habitacional y urbana, debemos ser capaces de generar condiciones reales para que esta política transforme nuestra forma de hacer, pues será la única chance que tendremos para generar ciudades y territorios justos.